Aterrizaste sin tener pista, ni hora de llegada,
en mi corazón frío que permanecía
en lo más profundo de la cueva, allí solo... invernaba.
Sin permiso, haciendo caso omiso
al cartel de no molestar,
arrancaste la puerta como un huracán,
rociando con el justo perfume de amor
cada hueco, cada rincón de mi alma
y abriste las ventanas de mi casa,
inundándola de luz, de aire, de... ilusión.
En aquel instante retornamos a la primera vez,
al lugar que cualquiera desearía volver,
espacio en el que juntos las horas,
se transformaban en minutos
que desfilaban como segundos.
Donde la mano en tu pecho, el cielo topa,
donde para hacer el amor
no teníamos necesidad… de quitarnos la ropa.
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